lunes, 27 de enero de 2014

"ES NUESTRO HIJO"

Paul Cortez recuerda como si fuera hoy aquella noche hace 31 años. Entró a la sala de cuidados intensivos pediátricos del Centro Médico Regional del Condado Riverside para encontrar a su hijo de 7 años, apenas con vida. El niño tenía el cuerpo entero cubierto de vendas, por donde entresalían los cables y tubos que lo mantenían con vida. Los médicos le dijeron a Cortez que quizás Mikey no sobreviviría.

Un conductor ebrio se había estrellado contra el vehículo en que iban el niño y varios familiares. Cuatro, entre ellos su mamá, hermano y hermana, fueron enviados a otros hospitales. Otros cuatro familiares, entre ellos el hermano mayor de Mikey, habían fallecido.

Sin saber qué hacer, Paul Cortez se arrodilló y, con la mano de Mikey en la suya, le hizo una promesa a Dios: si su hijo sobrevivía, sin importar en qué estado, él y su familia siempre estarían a su lado. Al principio sonó extraño, aunque es un hombre profundamente religioso. Cortez nunca le había pedido ningún favor a los cielos. "Pero era nuestro hijo", recordó.

Mikey no volvió a caminar ni hablar, pero eso no le importó a la familia. Durante los 31 años siguientes, lo criaron en casa y lo hicieron participar en cualquier actividad que podían. En Navidad, en las vacaciones familiares, los juegos deportivos de secundaria, estuvieron a su lado hasta su fallecimiento el mes pasado.

"Le pedí a Dios que guiara a nuestra familia", dijo Cortez, con la voz entrecortada por la emoción. "Le pedí que nos ayudara. Y lo hizo". El menor de los cuatro hijos de Paul y Roonie Cortez, Austin Miguel Cortez — "pero se quedó en Mikey", dijo su madre— siempre fue el más gregario y bromista de la familia. Era un caudal de energía y de bromas. "Si miras las fotos te lo dicen todo, porque siempre estaba bromeando", dijo Cortez.

La familia vivía en Temecula, a medio camino entre San Diego y Los Angeles. En marzo de 1982 era poco más que un lugar pintoresco de colinas y viñedos. La belleza del lugar fue la razón por la que Cortez se había mudado con su familia tres años antes.

Un día, Mikey y sus parientes subieron al carro de la familia y salieron de casa para buscar a su padre y pasar la noche afuera. Viajaban por una carretera rural de dos vías cuando un conductor ebrio los chocó de frente. "En esa época no había cinturón de seguridad", dijo la madre de Mikey, lo que significa que todos salieron despedidos. Mikey sufrió daños cerebrales graves.

Quedó en un estado similar al coma pero que dura mucho más. Los lesionados pueden realizar algunas funciones, pero muestran una conciencia muy limitada de su entorno.

Aunque Mikey nunca salió de este estado, su padre estaba decidido a darle la mejor vida posible. Cuando Paul Cortez enseñaba a sus hijos Angelica y Tony a jugar fútbol, Mikey estaba en su silla de ruedas en los laterales. Cuando Tony logró integrar los equipos de fútbol americano y baloncesto de su escuela secundaria, Mikey asistía a todos los juegos.

Un año viajó con la familia al pueblo montañoso de Lone Pine, donde permanecía en su silla de ruedas abrigado de pies a cabeza mientras su hermano jugaba. "Él estaba al tanto de cosas que sucedían a su alrededor por el contacto visual o gestos que hacía", dijo su padre. "Sentía dolor y podía sentir las cosquillas, a veces sonreía". Como cuando le pusieron un par de orejas de Mickey Mouse durante una visita a Disneyland. O cuando su tío favorito entraba en la habitación, escucha su voz y se volvía para mirarlo. Años más tarde hacía lo mismo al escuchar a sus sobrinos y sobrinos saludarlo con un "Hola, tío Mikey".

Desde hace mucho se debate si estas reacciones son un simple reflejo y no un comportamiento cognitivo. El Dr. Paul Vespa, director de la Unidad de Cuidados Intensivos Neurológicos de la Universidad de California en Los Angeles, dijo que hay algunos casos en que personas en un estado fundamentalmente vegetativo parecen reconocer algunas cosas. "Tienen muchas afectaciones, pero pueden interactuar a un nivel muy básico", dijo. Darles una vida lo más normal posible, como hizo la familia de Mikey, probablemente los ayuda, agregó.

A lo largo de los años, los médicos que otrora dudaron que Mikey sobreviviera una semana tras el accidente, se cansaron de pronosticar cuándo podría fallecer. "La primera vez nos dijeron que una noche", dijo Roonie Cortez. "Entonces fueron tres días. Después, un par de meses, y más tarde entre tres y cinco años. "Y entonces", dijo con una sonrisa, "levantaron los brazos y dijeron: '¿Quién sabe?' "

Después de cumplir 38 años en 2013, su salud comenzó a deteriorarse. Hace ocho meses le diagnosticaron insuficiencia renal en etapa terminal. Esta vez los médicos le dijeron a la familia que era hora de internarlo en un lugar donde pudieran someterlo a diálisis. Pero la familia decidió aprender cómo hacer el procedimiento y lo mantuvieron en casa. El 24 de diciembre del año pasado la familia se tomó una foto junta con Mikey, sólo que esta vez no hubo sonrisas. Estaba pálido y tenía los ojos cerrados. Tres días después falleció en su casa rodeado de su familia, un día antes de cumplir los 39 años.

Cuando comenzó la situación hace 31 años, dijo su padre, la familia "no tenía la menor idea" de cómo cumpliría la promesa, pero ahora dicen que estarían dispuestos a volverlo a hacer porque los unió y le dio a Mikey una vida llena de significado con ellos, y con muchas personas que no son de la familia.

"Déjeme contarle algo", dijo Cortez, haciendo una pausa cuando comenzaba a perder el control de sus sentimientos. Hace un año estaba dando una charla sobre los choferes ebrios y una mujer joven se le acercó. Le dijo que había sido compañera de aula de Mikey en primer grado. La joven le contó a Cortez que a lo largo de los años ella y otros habían aprendido del mensaje de vida de Mikey. "Nos abrazamos y lloramos juntos", dijo el padre.
sources: Associated Press

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